20/4/20

El cuento oral: de mi boca a la web cam

El cuento oral: de mi boca a la web cam
(o el Covid-19 y la revolución improvisada del cuento digital)


Hace dos días participé por primera vez en un Tagoral de cuentos, eventos que organiza la Asociación Canaria de Narración Oral TAGORAL desde su creación. El objetivo de esta sesión colectiva es, por un lado, unir a algunos cuenteros de las islas que formamos parte de la asociación, ya que nos separa una enorme franja de mar y, por otro lado, recaudar fondos para la propia asociación. Fondos que más tarde son destinados a formación o encuentros entre nosotros para seguir mejorando y creciendo. De hecho, el mes pasado, confinados en casa, los miembros de Tagoral tuvimos la oportunidad de reciclarnos gracias a una formación online de repertorio de Pep Bruno, narrador oral profesional, escritor, editor, con veinticinco libros publicados… vamos, un peso pesado del cuento en España y fuera de nuestras fronteras.

Pero no me quiero ir por otros derroteros que ya se va notando que estoy en el trigésimo séptimo día de confinamiento: contaba que recién he participado en el último Tagoral de cuentos, celebrado el viernes 17 de abril de 2020, en plena cuarentena por el Covid-19, buceando en este paradigma tan incierto, donde la más afectada, sin duda, es la Cultura y, por consiguiente, nuestro colectivo y otros tantos. Aun así, desde la Asociación de narradores orales de Canarias hemos decidido seguir ofreciendo los Tagorales de cuentos. Obviamente no presenciales, que no queremos denuncias y más impagos, sino vía online. ¿Cómo? A través de un directo online desde la página de Facebook de Tagoral. Cada narrador se conecta desde su casa… ¡y directo a sus pantallas!

Como titular sensacionalista parece fascinante. Una panacea. Cubrimos una necesidad propia y una demanda ajena: ¡cuentos en línea!, ¡qué bien!, pero… ¿qué preguntas e interrogantes subyacen a este nuevo escenario digital cuentero? Desde luego, para el colectivo, muchas. Y más que seguirán surgiendo tras la cuarentena, pero ya sabemos que “los grandes cambios vienen acompañados de una fuerte sacudida. No es el fin del mundo, es el inicio de uno nuevo”, repitió Gandhi hasta la saciedad, causalidades de la vida, entre un 12 de marzo y un 6 de abril, pero en 1930, durante la marcha de la sal. Pues en ello estamos, sacudidos y sacudiéndonos con ganas de ver ese nuevo mundo que crearemos juntos.

En esta humilde crónica pretendo sacar a la luz algunas de las preguntas y reflexiones que me he planteado a mí misma y otras que he visto que se han sucedido en el colectivo de narración de Canarias.

También quiero mostrar algunas que ya han sido respondidas por otros profesionales de la palabra a nivel nacional en diferentes plataformas, por ejemplo la que hacen diferentes cuenteros como Margarita del Mazo, narradora y escritora o Dani Muñóz, de Borrón y Cuento Nuevo  al respecto en la última edición deI programa radiofónico Iberoamérica de Cuento en su último podcast: “Los cuentos se quedan en casa”, coordinado por Pep Bruno. 

Primera pregunta:
LENGUAJE
(Me la hago yo a mí misma): ¿Quiero contar a una luz verde que se encuentra al lado de una camarita en el portátil para no sé yo qué aforo?, ¿para público acostumbrado a cuentos?, ¿quién va a estar al otro lado?, ¿me entenderán?, ¡dios mío!: creo que esa pregunta la empecé vagamente a responder una vez lo llevé a cabo y, definitivamente, acabé llegando a la respuesta con conceptos más claros tras escuchar a Dani Muñóz (“Los cuentos se quedan en casa”, de Iberoamérica de cuento [minuto 01:47:32]): ¡es que hay diferencias abismales! No solo en el cambio de lenguaje, sino también en el viaje que hace el cuento.
Intentaré ser lo más breve posible para explicarlo: cuando cuentas una historia con público en directo el lenguaje que usas es el lenguaje oral, que es efímero. Eso significa que hay un alto grado de escucha del narrador con el colectivo que tiene enfrente: sus caras, sus gestos, sus ojos, su sorpresa o no, su exigencia o no. Si te equivocas, rectificas. Si notas que algo no funciona, cambias. Si notas que algo gusta, puedes alargar. Pero… ¿qué pasa delante de la pantalla? Que el lenguaje no es oral y efímero. Es audiovisual y, por tanto, perenne. Eso que nosotros contemos delante de la pantalla ahí se va a quedar. Y eso… da mucho miedito. Porque somos profesionales de la palabra, pero también somos humanos.
Cuando me vi delante de la pantalla, una hora antes como hace una siempre, por diligencia profesional en las sesiones presenciales, esperando a que comenzara el directo por Néstor Bolaños (el primer narrador del Tagoral de cuentos del 17 de abril de 2020), no les voy a engañar, me sentía absurda. Sentía un miedo terrible a pensar que esa historia iba a estar para siempre en un mundo digital, flotando en la nube, pensar en mis palabras perpetuas y mis errores nefastos en miles de pantallas, pudiendo darle atrás y al “play” cuántas veces como quisieran. Sí, estaba aterrorizada.
No tenía tanto pánico desde que me presenté al carnet de conducir en 2008. Pero hubo algo que me ayudó a superarlo. Un comentario de mi compañera Laura Escuela en el chat del grupo: “los nervios son normales, es algo nuevo. Sí. Imaginen al público, somos cuentistas. No imaginen solo la historia. En ese punto de la cámara, sabiendo la cantidad de gente que les estará viendo, leyendo los comentarios y sabiendo que no están solos, será más fácil”. Y sí, fue más fácil gracias al consejo, pero…

Segunda pregunta:
INTERACCIÓN-VIAJE DEL CUENTO
(cuestión hacia Laura primero y, luego, hacia la incertidumbre de las redes sociales): ¿Comentarios?, ¿estar atenta?, ¿contestar? Sí querida… resulta que cuando empecé a contar la historia que tenía preparada en directo, a su vez y en paralelo comencé a ver en la pantalla cómo la gente se estaba conectando al directo: corazoncitos, un “Holaaaa”-de alguien emocionado que, como tú, se dio cuenta que pudo hacerlo, que se conectó, que está en línea, que te está viendo…, Likes, más corazoncitos. Y empecé a hablar… ¡y la gente me respondía! En vez de un cuentacuentos en una sesión colectiva, me sentí como en una clase moderna del siglo XXII, donde la maestra no es maestra sino mediadora y sherpa, y el alumnado habla y comenta todo el rato sin tener que levantar la mano. Pero escuchan… y lo más sorprendente: ¡interaccionan con el cuento y con la narradora! A medida que avanzaba la historia los había que se sorprendían, que se reían, que preguntaban qué sería lo siguiente que le pasaría al personaje... esto me hizo plantearme un sinfín de interrogantes y me llevó, también de cabeza, a la respuesta de mi primera pregunta: ¡qué maravilla!, pensé. ¡Me encanta! Y se me antojó a plantearme que, si yo deseara, el cuento podría viajar tanto como yo quisiera, o más bien, como yo lo dejara, atendiendo a los comentarios de la audiencia desconocida. Pero en este primer contacto con el mundo digital aún no me iba a atrever.

Tercera pregunta:
ACTO COMUNICATIVO
Entonces… ¿el cuento digital también puede viajar? Me pregunté inmediatamente después de terminar mi conexión y ver los 143 mensajes instantáneos que el público había enviado mientras contaba en directo. ¿Cuál es el viaje del cuento en este nuevo paradigma digital?-me cuestioné esta vez. Pero no obtuve respuesta. Cené. Estaba aturdida de tantas preguntas y excitación. En ese momento sentía que el cuento había llegado. El cuento tal cual lo había preparado, con sus cambios de ritmo, sus onomatopeyas, sus gestos, en momentos trepidante, a ratos más lento… ¡había llegado! Y eso es lo más importante para nuestro oficio, porque los cuenteros estamos al servicio del cuento, al servicio de la historia. Y eso jamás se nos puede olvidar. Por tanto, es normal que nos preocupemos por saber si llega o no, cuando no podemos ver los rostros de quienes reciben.

Pero algo seguía rondando en mi cabeza: si el vídeo había alcanzado mil reproducciones, había tenido 143 comentarios y se había compartido nueve veces (todo en directo), ¿qué pasaría si yo tuviera en cuenta a todas, o al menos, a algunas de esas personas al otro lado de la pantalla?, ¿qué pasaría si tuviera en cuenta los comentarios que se suceden en paralelo a mi narración?, ¿si tuviera la destreza necesaria para tenerlos en cuenta y cabalgar el cuento sabiendo leer, como la experiencia cuentera nos ha dado la capacidad de leer las caras y los gestos? No como una maestra en una clase de niños maleducados, sino como una maestra en una clase de niños altamente desarrollados y estimulados que son capaces de escuchar y a la vez preguntar e interactuar. Pensé que entonces, si hubiera un narrador sherpa capaz… el cuento sí podría volar. Incluso en la era digital, si el narrador se lo propone.

Este fenómeno, evidentemente, se podría dar única y exclusivamente a través de un directo, que fue lo que realizamos nosotros ese día. Porque en un vídeo hecho previo y enviado no existe toda esta retroalimentación de la que hablo. Reflexionar sobre todo esto me hizo ir hacia atrás, buscar en la base, en lo primitivo: analizar el acto comunicativo. Me di cuenta que no solo había cambiado el lenguaje, como comentaba Dani Muñóz en su intervención en “Los cuentos se quedan en casa”, sino que también había cambiado el receptor. Que se convertía en un receptor totalmente desconocido e incierto. Que también cambiaba el canal, que ya no había un canal natural y oral, que ahora era un canal técnico: ordenador, móvil, tablet… (una pantalla) y además muy inestable y dependiente de un factor externo: la conexión a Internet que tengan tanto el emisor (el narrador) como el receptor (la audiencia).

Que el código también cambiaba porque, aunque nos comunicáramos y entendiéramos en castellano, yo tuve que modificar mi discurso para el nuevo lenguaje digital, así como los recursos del código (gestos, ritmos, uso de corporalidad…) y que, sin duda y definitivamente, la situación y/o contexto comunicativo era y es totalmente nuevo y hemos llegado tanto la audiencia como nosotros, los cuenteros, de una manera improvisada, totalmente a trompicones, debido a las circunstancias acaecidas.

Cuarta pregunta:
CANCELACIONES Y FINANCIACIÓN
Y entonces… ¿por qué nos los estamos tomando tan a la ligera, si esto tiene tanta enjundia? Me pregunté a continuación. Esa cuestión tiene una fácil respuesta: porque no nos ha quedado otra. Estamos en el mes de abril, el mes más boyante para cualquier cuentero que se precie: Día mundial de la poesía (21 de marzo), del Libro Infantil y Juvenil (2 de abril) y el más importante: nuestro querido 23 de abril, día del Libro y de los Derechos de Autor. El área de cultura de la mayoría de instituciones públicas, las redes de bibliotecas de los ayuntamientos, las librerías… pendientes del colectivo, programando fechas, incluso destinadas a celebrar ese día: lo que se busca en abril son autores que presenten libros y los firmen y, por supuesto, contadores que cuenten cuentos, con libros o sin ellos.

A lo largo de abril e incluso principios de mayo se concentra la mayor parte de nuestros ingresos. Pero, de repente, un 13 de marzo, a servidora le cancelan el cuentacuentos que tenía previsto ese mismo día, y los siguientes. A mis compañeros tres cuartos de lo mismo, y al colectivo a nivel nacional e internacional, también. Cancelación tras cancelación hemos ido comprobando cómo nuestra repleta agenda de abril se quedaba vacía, repleta de incertidumbre e incógnitas que hemos ido solventando poco a poco, aunque aún estamos en ello.

El primer tema a solventar los primeros días de confinamiento fue lidiar con la propia necesidad de crear y comunicar, característica común del colectivo de artistas. Así que muchos compañeros y yo misma nos animamos a subir vídeos a las redes. Grave error, pienso ahora, treinta y siete días después de reflexión y confinamiento. ¿Y por qué? Pues porque como narradores profesionales que somos cobramos por nuestro trabajo y no podemos irlo regalándolo tan a ligera. Debe haber un motivo claro y de peso. En segundo lugar, porque no somos amateur, somos profesionales y eso indica un mínimo de rigor, gusto y estética que, se supone, nos acompañan en nuestras contadas y no deberíamos ahora ponernos a grabar cualquier vídeo casero improvisado, y compartirlo por mero deseo: porque ponemos en riesgo nuestro oficio, y no a nivel individual sino colectivo. 

Pero una vez resuelta esa necesidad imperiosa de comunicar llegó el terrible momento de mirar el número de cuenta… y empezar a hacer números, y a pensar en la de actuaciones no pagadas y las sesiones cerradas y las fechadas que no se podrían realizar, y así un largo etcétera. ¿Qué hacemos? Se preguntaron programadores y también el propio colectivo. En Canarias ya son varias las instituciones que se han puesto las pilas ante este nuevo escenario para contratar cuentos en formato vídeo.

Por ejemplo, en Lanzarote, los ayuntamientos de Haría y Tías, en Fuerteventura la biblioteca insular de cara al día del libro, en Gran Canaria la red de bibliotecas de Las Palmas y los ayuntamientos de Santa Lucía de Tirajana, Telde, Arucas y Gáldar; en Tenerife, la red de bibliotecas de Santa Cruz, la biblioteca de La Esperanza y los ayuntamientos de Villa de Mazo y Santa Úrsula y en La Palma, los ayuntamientos de El Paso, Los Llanos de Aridane y Mazo. Por nuestra parte, el colectivo cuentero canario ha establecido unas normas mínimas para la ejecución de esas sesiones, estableciendo cláusulas para determinar y garantizar la duración, el caché, las obligaciones fiscales y de Seguridad Social y la protección de datos.

Esto significa que muchos compañeros se están adaptando rápidamente a las circunstancias y ya podemos ver en nuestras redes sociales y también en la página de Facebook de Tagoral (donde se comparte toda la actividad del colectivo) cómo hay cuenteros que se están reinventando, que están trabajando creando material digital y cómo algunas instituciones están respondiendo. Aunque aún debamos ser muy cautos y precavidos. No solo por el cambio de lenguaje y de paradigma sino también porque no es lo mismo un vídeo que un directo.

Quinta pregunta:
AUTORÍA
La respuesta a esta última pregunta me volvió a plantear otro enigma: la protección de datos y los cuentos digitales. Podría dedicar mucho tiempo a debatir sobre este tema, pero intentaré ir al grano: la protección de datos de un vídeo implica al que graba el vídeo, pero si el que graba el vídeo está contando un cuento de otra persona, ya sea libro-álbum (mostrándolo o no) o una adaptación de relato de autor, esa persona tiene la obligación de hacer al menos, una cosa: pedir permiso. Si le dan permiso tiene un segundo deber: nombrar al autor o autores (que son los que tienen los derechos de autor sobre la obra) en dicho vídeo o directo.

Parece que esto es una obviedad y cae por su propio peso, pero es algo que suele pasar desapercibido en este oficio y, en estas circunstancias, más. Es como si la cuarentena hubiera traído una especie de vacío legal temporal que todo el mundo está dispuesto a saltarse a la ligera. Y no por voluntad, sino por ignorancia y, reitero, deseos de compartir. Pero somos precisamente el colectivo de cuenteros quienes tenemos que pararnos a pensar en este tema como algo muy serio y peligroso, sobre todo, ante la era digital.

Según explica bien clarito Margarita Mazo, narradora y escritora (audio en el programa “Los cuentos se quedan en casa” [minuto 01:19:25])-“los derechos de autor son los que lleva la obra siempre y pertenecen al que ha creado ese libro”, o los que lo hayan creado en el caso de libros álbum (escritor e ilustrador). Por tanto, sin el permiso de los autores los cuenteros cometemos un delito. Porque la propiedad es un derecho. Y lo ejemplifica muy bien con el siguiente caso que voy a transcribir: “Si mi vecina me da su consentimiento”-es decir, me presta el coche- “ para que me lleve el coche a Carrefour (…), yo no cojo el coche y me lo llevo a Francia, porque respeto el derecho de mi vecina de propiedad de su coche”. Por tanto, pasa lo mismo con los cuentos que contamos: si no respetamos los derechos de autor, el libro y sus autores corren peligro.
En nuestro oficio siempre hemos tenido que pedir prestado. Y también, hemos tenido siempre que dar nuestras fuentes y explicar de dónde hemos sacado los cuentos (que no somos magos y no los sacamos de la manga. Si son nuestros, la autoría es propia). Al principio, en medio o al final de la sesión de cuentos. Pero a partir de ahora, si hablamos de pedir permiso para un contenido digital hay que ser más precisos: para qué lo voy a usar. ¿Voy a usar tu poesía para un directo concreto que se borra a las 24 horas?, ¿voy a usar tu cuento para un vídeo en el que me lucro porque me paga una institución, y por cierto ese vídeo se va a quedar en las redes por siempre jamás, hasta que me haga vieja y tenga canas, y ellos van a poder utilizar el vídeo cómo y cuándo quieran? ¿voy a usar tu vídeo para este fin concreto, pero resulta que después una librería me lo ha pedido y yo le he dado el link? Como mínimo debemos preguntarlo. Debemos averiguar si el autor de los relatos que estamos eligiendo para esos directos/vídeos están de acuerdo, porque las palabras incrustadas en sus cuentos (si los contamos) ya no son efímeras, como han sido hasta ahora, sino que son PARA SIEMPRE.

Sexta pregunta:
TÉCNICA Y ESTÉTICA
“Los cuentos que se graban en vídeo son para siempre… para siempre… para siempre…”. Esas palabras resuenan como eco en mi cabeza. Está claro que con un “click” pueden desaparecer si el propietario lo desea, pero, hablando desde lo más básico, en el momento que subimos algo a la nube, en la nube se queda. Pues bien… teniendo en cuenta ese pequeño detalle, me dejo de preguntar y me empiezo a preocupar.  Empiezo a caer en la extremada precaución que debo tener a la hora de subir un vídeo si es que decido hacerlo: la calidad del vídeo, la calidad del audio, la calidad de la narración, asegurarme del permiso de los autores, pero, también, la estética del vídeo: qué fondo, qué elementos, qué objetos, qué escenografía… con el objetivo de ofrecer un producto profesional (entendiendo que algunas de las instituciones antes nombradas u otras han contratado ese producto que va a ser posteriormente remunerado, o simplemente como profesional quiero subir un vídeo a redes).

Algunos narradores, y en esto me incluyo, somos nefastos en este nuevo reto que nos ha puesto la vida digital, pues hasta ahora, como cuenteros, necesitábamos solo nuestra voz para contar y un micrófono craneal o de solapa para llegar a la audiencia sin dañarnos la garganta. Los más creativos y, sobre todo, muchas compañeras que trabajan con público bebé y familiar han creado escenografías minimalistas y prácticas. Con banderines, cenefas de colores, alfombras, cojines, instrumentos… haciendo infinitamente más estética la experiencia. Pero cada cuentero tiene su estilo y, como yo, estamos los que hasta ahora hemos sido la máxima expresión del minimalismo o la sencillez en cuanto a escenografía.

Bueno, pues este nuevo paradigma digital nos puede hacer replantearnos nuestro sello personal. Qué nos caracteriza, qué consideramos imprescindible, qué escenario deseamos, y crearlo para dicho menester, porque tiempo tenemos e imaginación, también. Quizá lo medios lleguen tras la cuarentena… pero sin duda da para pensar a la hora de enfrentarse a la pantalla antes de contar. Si quieren seguir indagando sobre este asunto les animo a visitar la guía básica de“narración audiovisual” de libre acceso que ofrece AEDA (Asociación de profesionales de la narración oral en España) creada, precisamente, por Dani Muñóz, de Borrón y Cuento nuevo. 

Y por otro lado está la técnica: algunos compañeros de la asociación Tagoral comentaron, a colación del último Tagoral de cuentos en el que participé, sobre la duración de los cuentos frente a la pantalla y la capacidad de concentración del público.  Paco del Pino (conocido como Paco el Rubio, de Gran Canaria)  comentaba que le había gustado la dinámica de los cinco narradores que contamos pero que “había que tener mucho cuidado con las contadas en línea porque podrían ser contraproducentes. Se pueden volver pesadas lo que no es bueno para el público nuevo”. Al respecto, Pancho Bordón (compañero de sesión y también de Gran Canaria) replicó que “es algo sobre lo que debemos reflexionar, pararnos un poquito y pensar. La diferencia entre promocionar o saturar”- y plantea más cuestiones bien interesantes: “¿cuántas cosas de las que llegan online las vemos completas?, ¿todo se puede exponer al público de cualquier manera?”. Yo me hago eco de ellas, pero aún no soy capaz de responderlas porque ando todavía en mi mar de dudas. Pero sí creo que es mi deber como autora de la crónica de abril de 2020 aportar las cuestiones que el colectivo se plantea y las que nos seguiremos planteando. Sin arrojar luz, pero tampoco echarles tierra encima, sino agüita y abono a ver si pronto encontramos respuestas.

En resumen, hay varias palabras que se repiten estos días en el grupo de whatsapp de nuestra asociación regional de cuenteros: “cuidado” y “precaución” entre ellas, pues sabemos que este nuevo paradigma nos ha pillado por sorpresa y que tenemos que abordarlo con toda la cautela necesaria. Arriesgándonos como estamos haciendo, pero con un mínimo de rigor para convivir con él y abordarlo con profesionalidad y diligencia.

Séptima pregunta:
POSIBILIDADES DE FUTURO
¿Qué posibilidades de presente y futuro tiene esta era digital? Todavía no lo sé. Probablemente muchas más de las que ahora creo. Seguiré indagando, escuchando, leyendo, errando… para encontrar respuestas, pero creo que a lo largo de estas líneas he intentado despejar varias cuestiones subyacentes que hacen que la experiencia del cuento contado online varíe: no es lo mismo un cuento contado ante público presente que público virtual, eso está claro, pero si algo me ha quedado claro del nuevo escenario digital es otra diferencia: no es lo mismo público virtual en vivo y en directo, en sus casas frente a la pantalla el día y la hora estipuladas, que un vídeo que muere.

Me gusta la definición de Margarita del Mazo sobre el vídeo de un cuento oral, que, según ella- “está preso. Encorsetado en esa imagen. No vive y no va a cambiar”. El resultado de este fenómeno es algo que debería preocupar mucho al colectivo: pues el fin último de la oralidad es el viaje del cuento, mucho más allá de la persona, el cuentista y el narrador (concepto sacado del desdoble de Enrique Enderson ímbert, en el “esquema de la comunicaciónliteraria” ) .

Y para que el cuento viaje no hacen falta aviones, sino muchos oídos presentes y ávidos y muchas personas atentas y diferentes con sus imaginarios personales, viviendo el cuento a su manera. Creo que esta pandemia, como cualquier crisis que haya vivido antes la humanidad, traerá múltiples oportunidades para los que saben encontrarlas. Así que quizá es el momento de investigarlas para, en última instancia, seguir siendo fieles a nuestro oficio: contar.

Según la Asociación de profesionales de la narración oral en España, AEDA, la narración oral es la disciplina “que se ocupa del acto de contar de viva voz usando (…) la palabra, en un contacto directo y recíproco con el auditorio”. También determina que “la narración oral hunde sus raíces en la tradición de contar historias y en la actualidad convive con ella aunque en un contexto escénico”. Me planteo, con toda humildad, que quizá AEDA, Tagoral y todo el colectivo cuentero mundial deba plantearse añadir una palabreja a esta definición acertada: -(…) en un contexto escénico- y digital.  

¡Larga vida a los cuentos!, a los cuentos vivos, a los cuentos que viajan con el oyente que veo, en mis sesiones habituales, presenciales. Siendo consciente de que me mira y escucha, y a los cuentos que viajan con el oyente que no veo… pero también me mira, escucha y entiende. Y además, tiene en su poder un objeto mágico que él mismo desconoce: su escritura. Me interpela directamente, en sincronía, frente a la pantalla con sus comentarios, “Me gusta” y corazoncitos. 

Así que acabaré esta crónica dando aliento a mi familia, a mi comunidad cuentera con una cita literal de Dani Muñóz (de Borrón y Cuento Nuevo)-no podía ser más acertado-(aportación de audio a “Los cuentos se quedan en casa” [minuto 01: 50: 30]): “¡El mundo audiovisual es una pasada! Tiene millones y millones de recursos y millones y millones de posibilidades (…) Es el lenguaje del siglo XXI. Acerquémonos a él con pausa, con prudencia, pero también con Fuerza”.

Fuerza, comunidad cuentera. Nos espera un largo camino. Y no estamos solos. Estamos unidos en esto. Unidos por nuestro amor al cuento y porque vivimos del cuento.

Cuentera de Lanzarote

3 comentarios:

  1. Gracias Isa mi niña. ¡Seguimos en la brega! Aprendiendo y con AMOR y FUERCITA, pa'lante. Un abrazo.

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  2. Gran crónica, Isa. Has abierto una puerta nueva. No es ni buena ni mala, solo es diferente y hay mucho camino por delante y muchas cosas que aprender. Sigue disfrutando de esa bella profesión. Sigue contando cuentos. 😍

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  3. En primer lugar, un aplauso para mi niña! eres brillante Isabel.

    El otro día hice un poco de reflexión interior respeto a este tema cuando miraba tu vídeo del monologo de la sala SVQ del día 14 a las 22h, sobre todo, sobre la parte de remuneración y profesionalismo. En muchos sectores, muchos profesionales se están "prostituyendo" y me parece una vergüenza. En mi entender, el confinamiento no es razón para dar un trabajo que requiere formación, profesionalismo, trabajo, etc...

    Por otro lado, quería compartir estas otras reflexiones:
    - con el cuento digital en directo, me parece fascinante que el público pueda reaccionar con palabras. Escribiendo, no interrumpen el cuento pero sí, reaccionan al momento a sus emociones. El narrador puede acoger la información o hacer abstracción. También, según el tamaño del público, puede ser una onda de demasiada información. Pero sigues maestra de recibir la que tu quieras, como lo haces cuando miras una cara u otra de tu público en directo.
    Tal vez, el público, al escribir, se "desvergüenza", se atreven más al escribir que con palabra directa, tal vez porque tengan una sensación de anonimato.
    Con un cuento con público en directo en una sala, el público no puede hablar, interrumpir el espectáculo. Los comentarios vienen después de la función o tal vez después de varias funciones. El pensamiento se deforma, porque incluye el esfuerzo de "recordar". Tal vez tampoco lo comparten con el narrador-artista, pues no tienen acceso o "conexión" directo a él.
    - Me parece difícil por otra parte que, en un directo digital, el público ve al narrador pero no es reciproco. El público está escondido detrás de una pantalla. Y el narrador de ve en sus caras que no puede observar si le llega el cuento.
    - Finalmente, el trabajo de un artista es por una parte hacerse conocer y por otra parte entregar el arte. Tal vez sea tiempo hacerse conocer creando contenido gratuito para poder luego sacar partido de esta nueva fama

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