5/8/20

Mis orugas se tornaron mariposas


Escribo para compartir con la Gente Tagoralera mi sentir después de haber disfrutado del “Seminario Internacional de Narración Oral” organizado por “Casa Contada” de Chile. 

En medio del encierro, accidentado y revelador, tuve unas orugas en mi cocina y ellas también se confinaron -era lo esperado- durante quince días.

Encerrada entre mis cuatro paredes recibí la noticia de este evento internacional que se iba a realizar vía Zoom. ¡Vaya! Tuve que volver a leer el cartel ¡Qué lujo… esto no me lo pierdo! Me llegó algún que otro mensaje de que aquello prometía y más me iba animando. Sin duda era una oportunidad única por ser un encuentro virtual, puesto que en circunstancias normales, quizás se hubiera realizado en un lugar presencial, muy lejos de nuestras Islas Canarias.

Un seminario con seis ponentes extraordinarios de España, Chile, Colombia, Cuba,... y unos setenta participantes de toda América y de España.

Desde el principio me ilusionó el ver caras conocidas: canarias y canarios en las pantallas del Zoom. Y, por supuesto, muchas otras con las que he coincidido en algún taller y/o contada. Y me encantó dejarme “picar con  esas picaduras de distintos mosquitos que vienen de distintas selvas y que provocan distintos síntomas” (Carolina Rueda). 

Nicole, como moderadora, con su entusiasmo y su amabilidad derramó confianza e hizo aún más cercano el evento.

Ahora les resumiría mi parecer sobre la esencia de cada una de las seis sesiones, pero permítanme que lo haga  al final, dentro de un cuento.

Casa Contada nos regaló una sesión extra para las conclusiones y es de agradecer  también la flexibilidad para quien no quisiera asistir a todas las sesiones y/o enviar un link con la sesión específica grabada, si te la habías perdido por algún motivo. Poder consultar con los ponentes a través de correo también era una opción que llegué a usar.

Ese último sábado tuvimos la oportunidad de escuchar a otras personas que aportaron al Seminario:
Marta me emocionó:  Agradecida confesó que perdió la voz ante el accidente de su hijo y los cuentos fueron a ella  y la acompañaron.

Anselmo Sáinz, con sus preguntas en forma de binomio que dieron pie a nuevas intervenciones, a matizar, a repensar.

Virginia Imaz paseó a su Pauxa y nos ofreció un espectáculo de Clownclusiones en vivo muy divertido “con gente cerca pero no tan cerca”, donde resumió y sumó.

Confieso que cada vez que se abren ventanas me siento cerca y lejos a la vez. Pero sin duda estas iniciativas tienen valor en sí mismas, por el contenido y por el contexto.

Comparto una frase del ponente Pablo Albo:
“Lo que más enriquece al escuchar es ampliar nuestro universo imaginario. Que cuando más cuentos escuchamos, leemos, vemos, es más amplio, y eso no hay dinero que lo pague”.

Y termino diciendo que el último día del seminario mis orugas terminaron su confinamiento y se tornaron mariposas. Abrí la ventana y se echaron a volar. Aprovecho para decirles que, si se les acerca alguna mariposa, deben prestarle mucha atención y escuchar atentamente el batir de sus alas puesto que durante la metamorfosis, la de las orugas, la mía, la nuestra,... ellas estaban cada sábado muy cerca del ordenador, de la pantalla llena de ventanas del Zoom y seguro que aprendieron muchísimo. Quizás estén dispuestas a contar y revelar.

Cebolla, capas y voz


Érase una vez una persona llamada DeJuan, que de un susto se quedó sin voz. Se tocó la garganta intentando comprender lo que le pasaba, tomó pastillas y jarabes. Se asustó muchísimo. Intentaba emitir algún ruido,  pero apenas pudo bufar y toser. El esfuerzo le provocó una grave inflamación. Visitó a médicos que le dijeron que las cuerdas vocales parecían estar enfadadas  y que eso no tenía solución. Se puso a preguntar en las tiendas, en la plaza del pueblo, a la salida de  la estación de guaguas:
        -Mi voz, mi voz...¿ Ha visto mi voz?

Nadie sabía nada. Pero DeJuan no se achicó. Iba a buscar su voz costara lo que  costara. Así que se echó a caminar y salió del pueblo. A los pocos días de ir andando se encontró con una viejecita que andaba mendigando por el camino. La mujer era sólo huesos, sin apenas dientes pero con los ojos grandes y almendrados del color de la miel. Tenía una mirada dulcísima. DeJuan compartió su mendrugo de pan con ella y  la anciana le reveló que a las afueras del bosque oscuro había un castillo con siete torres  abandonado. Un castillo con paredes que son láminas acristaladas, libros que latían y tesoros enterrados. Un lugar mágico.
-Yo puedo decirte cómo llegar pero...                                                              

La anciana apoyó su mano sobre el pecho de DeJuan y suspiró. 
-Sólo si tienes el corazón en paz podrás encontrar lo que buscas: lo perdido, el olvido, tu voz y mucho, mucho más...

Y anda que te anda llegó al castillo y vio un jardín colosal. Estaba seguro de encontraría allí flores con hadas, frutas coloridas y sabrosas, cofres bajo tierra con rubíes, esmeraldas, monedas de oro… Pero el hermoso jardín era simplemente una huerta de cebollas. En fin, le gustó… quién no se ha encandilado nunca ante la inflorescencia de las liliáceas. Son tan universales y hablan de la individualidad de las flores, de las raíces… de lo simbólico.

Para seguirles con el cuento, resulta que a DeJuan le entró hambre. Buscó en la despensa, en el huerto. Y sólo había cebollas.
-Cebollas, cebollas y más cebollas. Será posible… cebollas blancas, rojas, cebolletas, chalotas...

Comió varias cebollas crudas para desayunar. Sintió picor y se le saltaron las lágrimas. Deseó compartir miradas con ojos que le miraran.  Y se sentía tan solo que le habló a la puerta de la verja: con gestos, con la mirada, con el cuerpo. Lo hizo poniendo su calor, su pálpito, su aliento. Y a la puerta le brotó un corazón en medio de toda la cerradura.

A media mañana DeJuan guisó cebolla con cebolla. Aquello ya era otra cosa. Unas horas más tarde se preparó una cena sin igual: cebolla encurtida para abrir el apetito, cebolla asada de primer plato y cebolla frita como postre. Regado con cerveza de cebolla.

DeJuan se aseó con un agua que parecía sangre pero que olía a Heno de Pravia. Y mientras se duchaba quiso llorar y ¡vaya sí lloró! Lloró y lloró y lloró. Cuando sollozaba,  los suspiros se le convertían en inicios de palabras. Al poco rato DeJuan estaba hablando con la pared del plato ducha. Los azulejos empañados le dijeron que buscara cebollas desparramadas por toda la casa y las metiera en un sereto. 

Luego, si conseguía abrir todas las cebollas con sus manos y encontrar un tesoro escondido, dentro de una de ellas, su deseo se haría realidad. 

Juntó las cebollas y las llevó hasta el salón de los espejos. Allí empezó a desnudarlas una tras otra. Cada bulbo tenía ocho capas y cada capa estaba a su vez compuesta de otras ocho, más finas. Entre capa y capa  había siempre una historia escondida. Con lágrimas aguantó hasta la última capa de la última cebolla pero sólo encontraba aire, vacío, olvido… una y otra vez.
Juntó las hojas más apergaminadas  e hizo una almohada y clavó su mirada en los espejos del techo.
-¿Todo a mi alrededor es mentira sin ser mentira? ¿Estoy en el presente o estoy en un espacio diferente? 
Mordió una cebolla roja.
-¿Puedo estar en el aquí y en el ahora pero contar el allá y el entonces?
Mordió la cebolla de nuevo y se planteó si estaba intentando tapar sus carencias con esa hortaliza, o el objeto en sí aportaba sulfuro a todo eso. Y siguió divagando...
-No puedo contar lo que no se pero tampoco puedo saberlo todo. Y  no puedo ver aquello para lo que no tengo ojos.

DeJuan abandonó la habitación de los espejos confundido y sin esperanza de encontrar nada de valor. Agarró fuerte la cebolla,  sin miedo, sin presunción y entró en la habitación del Eco. El estómago le ardía y suspiró. El suspiro le vino devuelto. Hasta su propia respiración iba y venía. Su voz propia jugaba al escondite. 

Cebolla en mano interrogó  a su eco y aunque el aliento devuelto le resultaba desagradable, le pegó otro mordisco a la cebolla y el picor en su garganta  caminó por todo el cuerpo.
Al final, su propia voz era morder cebollas, devorarlas a bocados. Eso y sólo eso le hacía diferente.

La noche en aquel castillo podría haber sido muy dura, pero recuperada la voz, DeJuan volvió con las cebollas y las colocó en círculo. Era un público raro, en un escenario insólito pero, de repente, si conseguía construir intimidad,  florecer la imaginación de los escuchantes… ¡los cuentos podrían funcionar!

Y les quiso contar...
-Ufff.. aquí y ahora ¿qué les cuento?, ¿qué conozco, qué elijo, qué recuerdo, qué cuento...?

Repasó rápidamente entre lo vivo, lo dormido y lo olvidado. ¿Un cuento estrella o uno en proceso? 
Inició un proceso dialógico con las paredes de la librería y resultó interactivo porque éstas le respondían y el contexto le respondía también.  

Las cebollas  lloraron con las historias  y las paredes conmovidas desvelaron una puerta nueva. A pesar del miedo, se atrevió a abrirla. Qué bien que lo hizo porque encontró decenas de cuadros. Eran retratos de gente y parecía que le miraban y que se movían. Ese era el tesoro escondido, el fin de la pesadilla.
DeJuan pudo por fin volver a su casa, se llevó consigo a otros seres que ya vivían dentro suyo. Acarreó las semillas de los libros y propició que las cebollas se fueran multiplicando en variantes, por toda la Tierra. Hubo un sitio en un continente nuevo al que llamaron: La Gran Cebolla. 
Desde ese día hay buscadores de historias que juegan con las cebollas y éstas regalan, entre capa y capa, alguna lágrima, alguna risa, alguna discusión –más que nada por su implicación con las tortillas de papas-, y, sobre todo, unión frente a una hoguera donde se asan relatos de viva voz con finales y con remates.

Hoy en día hay frascos de cebolla caramelizada en supermercados, que no es cebolla cruda, pero no es peor ni mejor: es otra cosa.

Ahora debería poner el colorín colorado.


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