Ana Griott / Ana García Herreros
A los cuentos, como a Roma, también te conducen todos los caminos; y puedes llegar a cualquier edad, porque no todo el mundo los disfrutó en la infancia ni se durmió con ellos. Entre quienes adoramos ese fuego que encienden las palabras -tanto si vivimos de ellas, como si no-, hay gente que vino de la mano de la docencia, o del recuerdo de su abuela; personas reconducidas por la Universidad o venidas de la farándula; madres y padres que empezaron a contar porque les salió solo…, y también quienes un día fuimos a escuchar a alguien, y eso nos cambió la vida. Estos son sólo algunos de los posibles e infinitos puntos de partida.
Igual que llegamos por senderos distintos, nuestros intereses, los objetivos y los proyectos, las maneras de contar, el público al que nos dirigimos y los recursos que usamos también lo son. A lo largo de muchos años, he podido descubrir toda esta variedad de procedencias y trayectorias porque festivales, cursos, funciones compartidas, maratones y actos varios propician los encuentros de quienes nos dedicamos a contar. Ahí es donde unos y otras, además de compartir sesiones de trabajo, traslados, mesa y habitaciones de hotel cuando procede, mezclamos nuestras vidas a ratitos, siempre que los horarios lo permitan.
Pero no siempre es así: a pesar de haber coincidido con Ana Griott en un Festival de Agüimes de hace mucho y en La Noche de los Cuentos de hace dos años, acabo de descubrirla, gracias a la I Jornada de Narración Oral de Canarias. A su participación en la mesa redonda sobre “Ámbitos del cuento contado” se añadió al día siguiente el taller que impartió en la sede de Heraclio Sánchez de la Facultad de Educación de la Universidad de La Laguna.
El taller “Del texto a la oralidad” incluía el camino en sentido inverso, porque Ana Cristina Herreros también cuida de esas palabras que salen volando desde los labios de la gente, hasta hacerlas aterrizar en los libros. Salgan de donde salgan, y adonde quiera que vayan, esos cuidados son los propios de una filóloga especialista en literatura tradicional, como es su caso. Las cinco horas de taller transcurrieron deprisa, llevadas en volandas por el conocimiento de su oficio y por los recursos que puso a nuestra disposición. Su experiencia como narradora llenó la jornada de anécdotas, y su maletón cargado de libros -equipaje natural de quien también es escritora y editora- nos atrajo como a niños golosos.
Ana Griott, haciendo honor a su apellido de oficio, sabe historias de los que no están. Y de los que están y hacemos como si no, desde nuestra burbuja etnocéntrica. Empezando por las mujeres que tuvieron que estar, pero como si no estuvieran… En silencio, como su abuela y su madre, porque el gallego era la lengua de las bestias. Así que el jueves se me erizó la piel escuchando cantar a Ana aquella nana, la única tregua que el gallego tuvo en los labios de su madre, porque cantar sí podía. Entre mi corazón y mis orejas se fue extendiendo sola esa alfombra roja que suele recibir a aquello que, según mi sentido del oído, es un tesoro. Mi voluntad nunca influye en ese mecanismo, automático: yo sólo tengo que escuchar, después el cuerpo tiembla, y al final se me queda en el alma.
Los seres humanos somos la especie fabuladora, según Nancy Houston; hagamos lo que hagamos, nos pasamos la vida contándonos historias, aún sin subirnos jamás a un escenario, y aunque ese no sea nuestro oficio. Pero cuando sí lo es, vamos descubriendo que cada persona que narra lo hace desde un sitio, con un bagaje propio, además de empezar por imperiosa necesidad: porque no podríamos vivir sin hacerlo; contando y escuchando vamos de un lado para otro. Contar historias es una de las maneras más hermosas de compartir lo que somos, porque narrar apela a algo esencialmente humano: viajar desde mí hacia los demás, encontrar aquello que nos une en esencia. Aunque hay quien viaja más, y más lejos, y nos lleva consigo.
Ana Griott no dijo nada de su tesis a aquella amiga de la infancia a la que ya le quedaba poca vida, cuando ésta le preguntó en qué andaba. Mejor será no aburrirla, “Cuento cuentos”. “Cuéntame uno”. Ana se lo contó, y al terminar el cuento su amiga le regaló un abrazo y una sonrisa sin dientes: “Qué cosa tan bonita haces…” Sin saberlo, también le estaba regalando un cambio de rumbo, porque a partir de ese momento, Ana se hizo profesional del cuento. Cambiar el título de una tesis doctoral por dos palabras da idea, en apariencia, de que algo se encoge. Pero el valor y la ternura de aquel encuentro me hicieron sentir que quien me lo contaba era una mujer muy, muy grande. Y a mí se me ensanchaba la vida por escucharla.
También tuvo tiempo de hablar de algunas políticas editoriales y del lado más oscuro del negocio, sin olvidarse de todos esos libros que se mueren en los sótanos de las instituciones públicas, sin llegar a la gente. De todo lo que se puede hacer, y de lo que no debería hacerse, como imprimir en China, por ejemplo. Por eso y porque además de sus otras virtudes, no se imprimen en China, los Libros de las Malas Compañías son una compañía muy recomendable.
Tuvimos conocimiento de varios proyectos, y de los logros alcanzados, a través de una colección de fotografías que dan testimonio de lo que ha podido conseguir cuando se lo propone, involucrando a más gente en el empeño y movilizando cuantos recursos hagan falta; por tierra, mar y aire, si es preciso. Ana Griott se mueve por y para las comunidades africanas que forman parte de su vida desde hace mucho. Las mujeres analfabetas de la Baja Casamance, los albinos de Mozambique, las bibliotecas que en vez de prestar libros -porque libros no hay-, prestan a los abuelos que tienen cuentos dentro. Los libros que se fabrican con telas, porque papel tampoco hay. Y esas viejas máquinas de coser en las que el primer mundo dejó de coser telas, y ahora, en África, tienen una segunda vida y trabajan cosiendo la esperanza.
Me enteré de todo esto en vivo y en directo, por la propia Ana Griott. Conocerla ha sido posible gracias a quienes se han ocupado, dentro de nuestra Asociación, de organizar la I Jornada de Narración Oral de Canarias, y a quienes integran la Comisión de Formación. Espero que la actividad se consolide, y que nos permita, en el futuro, conocer el trabajo de narradores y narradoras. Contar cuentos es un oficio digno, y desempeñarlo con dignidad es una de las aspiraciones de la Asociación de Narración Oral Tagoral.
Pero acabo de encontrarme con alguien que se dedica a algo que va mucho más allá que contar cuentos. La abuela y la madre de Ana Cristina Herreros Ferreira estarán orgullosas: de su estirpe de mujeres silenciadas nació una voz poderosa. Tanto, que hubo un tiempo en que los viejos que la oían dejaron de morirse, tan sólo por saber cómo acababa el cuento. Tanto, que su editorial surgió por los más frágiles, los invisibles y los silenciados. Tanto, que si alguna vez la escuchas, sabrás que cuenta para darle voz a quienes no la tienen, pero cuentan más que nadie.
Gracias, Ana Griott, por transmitirnos tantas cosas, tanta vida. Gracias por cantar aquella nana.
Mucho más que cuentos.