Escuché y escucho algunas personas que cuando comienza su andadura por la narración oral escogen historias donde las emociones son las protagonistas y se manifiestan como personajes que tienen vivencias y sufren consecuencias.
Debo confesar que siempre me provocó repelús este tipo de historias y las rechacé a la hora de contarlas porque nunca quise ponerle cara al amor yendo de la mano de la locura o imaginar a la furia ciega vistiéndose con la ropa de la tristeza.
Pero ocurre que ahora me encuentro con que en mi historia actual, en el cuento en que me encuentro, hay muchas emociones que representan papeles importantes; la alegría llena mis días, la fortaleza me protege siempre con las armas que le regaló el amor, la libertad remendó mis alas y el valor las impulsa a volar. A veces la melancolía junto a la inseguridad y la desgana tratan de echar abajo la torre que estoy construyendo, no para encerrarme en ella sino para, desde arriba, cerca del sol, respirar el paisaje.
Tras haber acallado mi voz narradora de cuentos durante años pensando que no valía para ello o creyendo que era más importante alimentar el bolsillo que el alma, algo en mí resuena nuevamente y quienes toman el papel de protagonistas en este instante de mi vida son el placer y el miedo.
Placer por haberme reencontrado con mi cuento, por saber que yo decido cómo continúa mi historia y por descubrir que tengo el poder de poner punto y final al relato que detesto.
Siempre debe haber algo o alguien que perturbe la historia para que exista un conflicto, pues de otro modo, un cuento no tiene enjundia. No quiero decir que eso sea malo, porque he decidido aprender a no juzgar, pero ahí está Miedo tratando de abatirme, soplando la casita de Placer.
Tal vez tenga que ver con la herencia que me dejó mi padre en su último mensaje en que me hablaba de la Ley del Espejo. El caso es que aquí me encuentro cimentando lo que siempre rechacé y critiqué: una historia, mi historia. Un cuento en el que las emociones luchan por conseguir la mejor puntuación y no pretendo que gane la buena y muera la mala, sin etiquetarlas, simplemente deseo que esta historia acabe por contar cómo dos emociones que pueden contradecirse se dan la mano, aprenden a convivir y se aportan lo que necesita una de la otra.
Ahora sé, o no, que no hay cuento sin emoción y que lo que opino hoy, mañana viajará en forma de espiral y en el camino se puede transformar.
Ahora sé, o no, que el placer y el miedo son capaces de simpatizar y me atrevería a decir que es el miedo quien da empujones.
Ahora sé, o no, que aunque desnudar tu alma frente a un público y contarle tus cuentos (sus cuentos) da miedo, esa adrenalina produce placer.
Prometo que si sobrevivimos a esta hecatombe mundial del virus con corona, volveré a abrazarles con palabras, besarles las historias, fundirme en sus oídos y agradecerles el compartir con Miedo y Placer mi nueva andanza por los cuentos.