El cuento oral: de mi boca a la web cam
(o el Covid-19 y la revolución improvisada del cuento digital)
Hace dos días
participé por primera vez en un Tagoral
de cuentos, eventos que organiza la Asociación Canaria de Narración Oral
TAGORAL desde su creación. El objetivo de esta sesión colectiva es, por un
lado, unir a algunos cuenteros de las islas que formamos parte de
la asociación, ya que nos separa una enorme franja de mar y, por otro lado,
recaudar fondos para la propia asociación. Fondos que más tarde son destinados
a formación o encuentros entre nosotros para seguir mejorando y creciendo. De
hecho, el mes pasado, confinados en casa, los miembros de Tagoral
tuvimos la oportunidad de reciclarnos gracias a una formación online de
repertorio de Pep Bruno, narrador oral profesional, escritor, editor, con
veinticinco libros publicados… vamos, un peso pesado del cuento en España y
fuera de nuestras fronteras.
Pero no me quiero
ir por otros derroteros que ya se va notando que estoy en el trigésimo séptimo
día de confinamiento: contaba que recién he participado en el último Tagoral de cuentos, celebrado el viernes
17 de abril de 2020, en plena cuarentena por el Covid-19, buceando en este
paradigma tan incierto, donde la más afectada, sin duda, es la Cultura y, por
consiguiente, nuestro colectivo y otros tantos. Aun así, desde la Asociación de
narradores orales de Canarias hemos decidido seguir ofreciendo los Tagorales de cuentos. Obviamente no
presenciales, que no queremos denuncias y más impagos, sino vía online. ¿Cómo?
A través de un directo online desde la página de Facebook de Tagoral. Cada
narrador se conecta desde su casa… ¡y directo a sus pantallas!
Como titular
sensacionalista parece fascinante. Una panacea. Cubrimos una necesidad propia y
una demanda ajena: ¡cuentos en línea!, ¡qué bien!, pero… ¿qué preguntas e
interrogantes subyacen a este nuevo escenario digital cuentero? Desde luego,
para el colectivo, muchas. Y más que seguirán surgiendo tras la cuarentena,
pero ya sabemos que “los grandes cambios vienen acompañados de una fuerte
sacudida. No es el fin del mundo, es el inicio de uno nuevo”, repitió Gandhi
hasta la saciedad, causalidades de la vida, entre un 12 de marzo y un 6 de
abril, pero en 1930, durante la marcha de la sal. Pues en ello estamos,
sacudidos y sacudiéndonos con ganas de ver ese nuevo mundo que crearemos
juntos.
En esta
humilde crónica pretendo sacar a la luz algunas de las preguntas y reflexiones
que me he planteado a mí misma y otras que he visto que se han sucedido en el
colectivo de narración de Canarias.
También quiero
mostrar algunas que ya han sido respondidas por otros profesionales de la
palabra a nivel nacional en diferentes plataformas, por ejemplo la que hacen
diferentes cuenteros como Margarita del Mazo, narradora
y escritora o Dani Muñóz, de
Borrón y Cuento Nuevo al respecto en la última edición deI programa radiofónico
Iberoamérica de Cuento en su último podcast: “Los cuentos se quedan en casa”,
coordinado por Pep Bruno.
Primera pregunta:
LENGUAJE
(Me la hago yo
a mí misma): ¿Quiero contar a una luz verde que se encuentra al lado de una
camarita en el portátil para no sé yo qué aforo?, ¿para público
acostumbrado a cuentos?, ¿quién va a estar al otro lado?, ¿me entenderán?,
¡dios mío!: creo que esa pregunta la empecé vagamente a responder una vez lo
llevé a cabo y, definitivamente, acabé llegando a la
respuesta con conceptos más claros tras escuchar a Dani Muñóz (“Los cuentos se quedan en casa”, de
Iberoamérica de cuento [minuto 01:47:32]): ¡es que hay diferencias
abismales! No solo en el cambio de lenguaje, sino también en el viaje que hace
el cuento.
Intentaré ser
lo más breve posible para explicarlo: cuando cuentas una historia con público
en directo el lenguaje que usas es el lenguaje oral, que es efímero. Eso
significa que hay un alto grado de escucha del narrador con el colectivo que
tiene enfrente: sus caras, sus gestos, sus ojos, su sorpresa o no, su exigencia
o no. Si te equivocas, rectificas. Si notas que algo no funciona, cambias. Si
notas que algo gusta, puedes alargar. Pero… ¿qué pasa delante de la pantalla?
Que el lenguaje no es oral y efímero. Es audiovisual y, por tanto, perenne. Eso
que nosotros contemos delante de la pantalla ahí se va a quedar. Y eso… da
mucho miedito. Porque somos profesionales de la palabra, pero también somos humanos.
Cuando me vi
delante de la pantalla, una hora antes como hace una siempre, por
diligencia profesional en las sesiones presenciales, esperando a que comenzara
el directo por Néstor Bolaños (el primer narrador del Tagoral de cuentos del 17 de abril de 2020), no les voy a engañar,
me sentía absurda. Sentía un miedo terrible a pensar que esa historia iba a
estar para siempre en un mundo digital, flotando en la nube, pensar en mis
palabras perpetuas y mis errores nefastos en miles de pantallas, pudiendo darle
atrás y al “play” cuántas veces como quisieran. Sí, estaba aterrorizada.
No tenía tanto
pánico desde que me presenté al carnet de conducir en 2008. Pero hubo algo que
me ayudó a superarlo. Un comentario de mi compañera Laura Escuela en el chat
del grupo: “los nervios son normales, es algo nuevo. Sí. Imaginen al público,
somos cuentistas. No imaginen solo la historia. En ese punto de la cámara,
sabiendo la cantidad de gente que les estará viendo, leyendo los comentarios y
sabiendo que no están solos, será más fácil”. Y sí, fue más fácil gracias al
consejo, pero…
Segunda pregunta:
INTERACCIÓN-VIAJE DEL CUENTO
(cuestión
hacia Laura primero y, luego, hacia la incertidumbre de las redes sociales):
¿Comentarios?, ¿estar atenta?, ¿contestar? Sí querida… resulta que cuando empecé
a contar la historia que tenía preparada en directo, a su vez y
en paralelo comencé a ver en la pantalla cómo la gente se estaba conectando al directo:
corazoncitos, un “Holaaaa”-de alguien emocionado que, como tú, se dio cuenta
que pudo hacerlo, que se conectó, que está en línea, que te está viendo…, Likes, más corazoncitos. Y empecé
a hablar… ¡y la gente me respondía! En vez de un cuentacuentos en una sesión colectiva, me sentí como en una clase moderna del
siglo XXII, donde la maestra no es maestra sino mediadora y sherpa, y el alumnado habla y comenta todo
el rato sin tener que levantar la mano. Pero escuchan… y lo más sorprendente: ¡interaccionan con el cuento y con la
narradora! A medida que avanzaba la historia los había que se sorprendían,
que se reían, que preguntaban qué sería lo siguiente que le pasaría al
personaje... esto me hizo plantearme un sinfín de interrogantes y me llevó,
también de cabeza, a la respuesta de mi primera pregunta: ¡qué maravilla!,
pensé. ¡Me encanta! Y se me antojó a plantearme que, si yo deseara, el cuento
podría viajar tanto como yo quisiera, o más bien, como yo lo dejara, atendiendo
a los comentarios de la audiencia desconocida. Pero en este primer contacto con
el mundo digital aún no me iba a atrever.
Tercera pregunta:
ACTO COMUNICATIVO
Entonces… ¿el
cuento digital también puede viajar? Me pregunté inmediatamente después de
terminar mi conexión y ver los 143 mensajes instantáneos que el público había
enviado mientras contaba en directo. ¿Cuál es el viaje del cuento en este nuevo
paradigma digital?-me cuestioné esta vez. Pero no obtuve respuesta. Cené. Estaba
aturdida de tantas preguntas y excitación. En ese momento sentía que el cuento
había llegado. El cuento tal cual lo había preparado, con sus cambios de ritmo,
sus onomatopeyas, sus gestos, en momentos trepidante, a ratos más lento… ¡había
llegado! Y eso es lo más importante para nuestro oficio, porque los cuenteros estamos al servicio del
cuento, al servicio de la historia. Y eso jamás se nos puede olvidar. Por tanto, es normal que nos preocupemos por saber si llega o no, cuando no
podemos ver los rostros de quienes reciben.
Pero algo
seguía rondando en mi cabeza: si el vídeo había alcanzado mil reproducciones,
había tenido 143 comentarios y se había compartido nueve veces (todo en directo),
¿qué pasaría si yo tuviera en cuenta a todas, o al menos, a algunas de esas
personas al otro lado de la pantalla?, ¿qué pasaría si tuviera en cuenta los
comentarios que se suceden en paralelo a mi narración?, ¿si tuviera la destreza
necesaria para tenerlos en cuenta y cabalgar el cuento sabiendo leer, como la
experiencia cuentera nos ha dado la capacidad de leer las caras y los gestos?
No como una maestra en una clase de niños maleducados, sino como una maestra en
una clase de niños altamente desarrollados y estimulados que son capaces de
escuchar y a la vez preguntar e interactuar. Pensé que entonces, si hubiera un
narrador sherpa capaz… el cuento sí podría volar. Incluso en la era digital, si
el narrador se lo propone.
Este fenómeno,
evidentemente, se podría dar única y exclusivamente a través de un directo, que
fue lo que realizamos nosotros ese día. Porque en un vídeo hecho previo y enviado no
existe toda esta retroalimentación de la que hablo. Reflexionar sobre todo esto
me hizo ir hacia atrás, buscar en la base, en lo primitivo: analizar el acto comunicativo. Me di cuenta que no
solo había cambiado el lenguaje, como comentaba Dani Muñóz en su intervención
en “Los cuentos se quedan en casa”, sino que también había cambiado el
receptor. Que se convertía en un receptor totalmente desconocido e incierto.
Que también cambiaba el canal, que ya no había un canal natural y oral, que
ahora era un canal técnico: ordenador, móvil, tablet… (una pantalla) y además
muy inestable y dependiente de un factor externo: la conexión a Internet que tengan tanto el emisor (el narrador) como el
receptor (la audiencia).
Que el código
también cambiaba porque, aunque nos comunicáramos y entendiéramos en
castellano, yo tuve que modificar mi discurso para el nuevo lenguaje digital,
así como los recursos del código (gestos, ritmos, uso de corporalidad…) y que,
sin duda y definitivamente, la situación y/o contexto comunicativo era y es
totalmente nuevo y hemos llegado tanto la audiencia como nosotros, los
cuenteros, de una manera improvisada, totalmente a trompicones, debido a las
circunstancias acaecidas.
Cuarta pregunta:
CANCELACIONES Y FINANCIACIÓN
Y entonces…
¿por qué nos los estamos tomando tan a la ligera, si esto tiene tanta enjundia?
Me pregunté a continuación. Esa cuestión tiene una fácil respuesta: porque no
nos ha quedado otra. Estamos en el mes de abril, el mes más boyante para
cualquier cuentero que se precie: Día mundial de la poesía (21 de marzo), del
Libro Infantil y Juvenil (2 de abril) y el más importante: nuestro querido 23
de abril, día del Libro y de los Derechos de Autor. El área de cultura de la
mayoría de instituciones públicas, las redes de bibliotecas de los
ayuntamientos, las librerías… pendientes del colectivo, programando fechas,
incluso destinadas a celebrar ese día: lo que se busca en abril son autores que
presenten libros y los firmen y, por supuesto, contadores que cuenten cuentos,
con libros o sin ellos.
A lo largo de
abril e incluso principios de mayo se concentra la mayor parte de nuestros
ingresos. Pero, de repente, un 13 de marzo, a servidora le cancelan el
cuentacuentos que tenía previsto ese mismo día, y los siguientes. A mis
compañeros tres cuartos de lo mismo, y al colectivo a nivel nacional e
internacional, también. Cancelación tras cancelación hemos ido comprobando cómo
nuestra repleta agenda de abril se quedaba vacía, repleta de incertidumbre e
incógnitas que hemos ido solventando poco a poco, aunque aún estamos en ello.
El primer tema
a solventar los primeros días de confinamiento fue lidiar con la propia
necesidad de crear y comunicar, característica común del colectivo de artistas.
Así que muchos compañeros y yo misma nos animamos a subir vídeos a las redes.
Grave error, pienso ahora, treinta y siete días después de reflexión y
confinamiento. ¿Y por qué? Pues porque como narradores profesionales que somos
cobramos por nuestro trabajo y no podemos irlo regalándolo tan a ligera. Debe
haber un motivo claro y de peso. En segundo lugar, porque no somos amateur,
somos profesionales y eso indica un mínimo de rigor, gusto y estética que, se
supone, nos acompañan en nuestras contadas y no deberíamos ahora ponernos a
grabar cualquier vídeo casero improvisado, y compartirlo por mero deseo: porque ponemos en riesgo nuestro oficio, y
no a nivel individual sino colectivo.
Pero una vez
resuelta esa necesidad imperiosa de comunicar llegó el terrible momento de
mirar el número de cuenta… y empezar a hacer números, y a pensar en la de
actuaciones no pagadas y las sesiones cerradas y las fechadas que no se podrían
realizar, y así un largo etcétera. ¿Qué hacemos? Se preguntaron programadores y
también el propio colectivo. En Canarias ya son varias las instituciones que se
han puesto las pilas ante este nuevo escenario para contratar cuentos en formato vídeo.
Por ejemplo,
en Lanzarote, los ayuntamientos de Haría y Tías, en Fuerteventura la biblioteca
insular de cara al día del libro, en Gran Canaria la red de bibliotecas de Las
Palmas y los ayuntamientos de Santa Lucía de Tirajana, Telde, Arucas y Gáldar;
en Tenerife, la red de bibliotecas de Santa Cruz, la biblioteca de La Esperanza
y los ayuntamientos de Villa de Mazo y Santa Úrsula y en La Palma, los
ayuntamientos de El Paso, Los Llanos de Aridane y Mazo. Por nuestra parte, el
colectivo cuentero canario ha establecido unas normas mínimas para la ejecución de
esas sesiones, estableciendo cláusulas para determinar y garantizar la
duración, el caché, las obligaciones fiscales y de Seguridad Social y la
protección de datos.
Esto significa
que muchos compañeros se están adaptando rápidamente a las circunstancias y ya
podemos ver en nuestras redes sociales y también en la página de Facebook de
Tagoral (donde se comparte toda la actividad del colectivo) cómo hay cuenteros
que se están reinventando, que están trabajando creando material digital y cómo
algunas instituciones están respondiendo. Aunque aún debamos ser muy cautos y
precavidos. No solo por el cambio de lenguaje y de paradigma sino también
porque no es lo mismo un vídeo que un directo.
Quinta pregunta:
AUTORÍA
La respuesta a
esta última pregunta me volvió a plantear otro enigma: la protección de datos y
los cuentos digitales. Podría dedicar mucho tiempo a debatir sobre este tema,
pero intentaré ir al grano: la protección de datos de un vídeo implica al que
graba el vídeo, pero si el que graba el vídeo está contando un cuento de otra
persona, ya sea libro-álbum (mostrándolo o no) o una adaptación de relato de
autor, esa persona tiene la obligación de hacer al menos, una cosa: pedir
permiso. Si le dan permiso tiene un segundo deber: nombrar al autor o autores
(que son los que tienen los derechos de autor sobre la obra) en dicho vídeo o
directo.
Parece que
esto es una obviedad y cae por su propio peso, pero es algo que suele pasar
desapercibido en este oficio y, en estas circunstancias, más. Es como si la
cuarentena hubiera traído una especie de vacío legal temporal que todo el mundo
está dispuesto a saltarse a la ligera. Y no por voluntad, sino por ignorancia
y, reitero, deseos de compartir. Pero somos precisamente el colectivo de
cuenteros quienes tenemos que pararnos a pensar en este tema como algo muy
serio y peligroso, sobre todo, ante la era digital.
Según explica bien clarito Margarita Mazo, narradora y
escritora (audio en el programa “Los cuentos se quedan en casa” [minuto
01:19:25])-“los derechos de autor son los que lleva la obra siempre y
pertenecen al que ha creado ese libro”, o los que lo hayan creado en el caso de
libros álbum (escritor e ilustrador). Por tanto, sin el permiso de los autores los cuenteros cometemos un delito. Porque
la propiedad es un derecho. Y lo ejemplifica muy bien con el siguiente caso
que voy a transcribir: “Si mi vecina me da su consentimiento”-es decir, me
presta el coche- “ para que me lleve el coche a Carrefour (…), yo no cojo el
coche y me lo llevo a Francia, porque respeto el derecho de mi vecina de
propiedad de su coche”. Por tanto, pasa lo mismo con los cuentos que contamos:
si no respetamos los derechos de autor, el libro y sus autores corren peligro.
En nuestro
oficio siempre hemos tenido que pedir prestado. Y también, hemos tenido siempre
que dar nuestras fuentes y explicar de dónde hemos sacado los cuentos (que no
somos magos y no los sacamos de la manga. Si son nuestros, la autoría es
propia). Al principio, en medio o al final de la sesión de cuentos. Pero a
partir de ahora, si hablamos de pedir permiso para un contenido digital hay que
ser más precisos: para qué lo voy a usar. ¿Voy a usar tu poesía para un directo
concreto que se borra a las 24 horas?, ¿voy a usar tu cuento para un vídeo en
el que me lucro porque me paga una institución, y por cierto ese vídeo se va a
quedar en las redes por siempre jamás, hasta que me haga vieja y tenga canas, y
ellos van a poder utilizar el vídeo cómo y cuándo quieran? ¿voy a usar
tu vídeo para este fin concreto, pero resulta que después una librería me lo ha
pedido y yo le he dado el link? Como mínimo debemos
preguntarlo. Debemos averiguar si el autor de los relatos que estamos eligiendo
para esos directos/vídeos están de acuerdo, porque las palabras incrustadas en
sus cuentos (si los contamos) ya no son efímeras, como han sido hasta ahora, sino que son PARA
SIEMPRE.
Sexta pregunta:
TÉCNICA Y ESTÉTICA
“Los cuentos
que se graban en vídeo son para siempre… para siempre… para siempre…”. Esas
palabras resuenan como eco en mi cabeza. Está claro que con un “click” pueden
desaparecer si el propietario lo desea, pero, hablando desde lo más básico, en
el momento que subimos algo a la nube, en la nube se queda. Pues bien… teniendo
en cuenta ese pequeño detalle, me dejo de preguntar y me empiezo a
preocupar. Empiezo a caer en la
extremada precaución que debo tener a la hora de subir un vídeo si es que
decido hacerlo: la calidad del vídeo, la calidad del audio, la calidad de la
narración, asegurarme del permiso de los autores, pero, también, la estética del vídeo: qué fondo, qué
elementos, qué objetos, qué escenografía… con el objetivo de ofrecer un
producto profesional (entendiendo que algunas de las instituciones antes
nombradas u otras han contratado ese producto que va a ser posteriormente
remunerado, o simplemente como profesional quiero subir un vídeo a redes).
Algunos
narradores, y en esto me incluyo, somos nefastos en este nuevo reto que nos ha
puesto la vida digital, pues hasta ahora, como cuenteros, necesitábamos solo
nuestra voz para contar y un micrófono craneal o de solapa para llegar a la
audiencia sin dañarnos la garganta. Los más creativos y, sobre todo, muchas
compañeras que trabajan con público bebé y familiar han creado escenografías
minimalistas y prácticas. Con banderines, cenefas de colores, alfombras,
cojines, instrumentos… haciendo infinitamente más estética la experiencia. Pero
cada cuentero tiene su estilo y, como yo, estamos los que hasta ahora hemos
sido la máxima expresión del minimalismo o la sencillez en cuanto a
escenografía.
Bueno, pues
este nuevo paradigma digital nos puede hacer replantearnos nuestro sello
personal. Qué nos caracteriza, qué consideramos imprescindible, qué escenario
deseamos, y crearlo para dicho menester, porque tiempo tenemos e imaginación,
también. Quizá lo medios lleguen tras la cuarentena… pero sin duda da para
pensar a la hora de enfrentarse a la pantalla antes de contar. Si quieren
seguir indagando sobre este asunto les animo a visitar la guía básica de“narración audiovisual” de libre acceso que ofrece AEDA (Asociación de
profesionales de la narración oral en España) creada,
precisamente, por Dani Muñóz, de Borrón y Cuento nuevo.
Y por otro lado está la técnica:
algunos compañeros de la asociación Tagoral comentaron, a colación del último Tagoral de cuentos en el que participé,
sobre la duración de los cuentos frente a la pantalla y la capacidad de
concentración del público. Paco del Pino (conocido como Paco el Rubio, de
Gran Canaria) comentaba que le había gustado la dinámica de los cinco narradores que contamos
pero que “había que tener mucho cuidado con las contadas en línea porque
podrían ser contraproducentes. Se pueden volver pesadas lo que no es bueno para
el público nuevo”. Al respecto, Pancho Bordón (compañero de sesión y también de
Gran Canaria) replicó que “es algo sobre lo que debemos reflexionar, pararnos
un poquito y pensar. La diferencia entre promocionar o saturar”- y plantea más
cuestiones bien interesantes: “¿cuántas cosas de las que llegan online las
vemos completas?, ¿todo se puede exponer al público de cualquier manera?”. Yo
me hago eco de ellas, pero aún no soy capaz de responderlas porque ando todavía
en mi mar de dudas. Pero sí creo que es mi deber como autora de la crónica de abril de 2020 aportar las cuestiones
que el colectivo se plantea y las que nos seguiremos planteando. Sin arrojar
luz, pero tampoco echarles tierra encima, sino agüita y abono a ver si pronto
encontramos respuestas.
En resumen,
hay varias palabras que se repiten estos días en el grupo de whatsapp de
nuestra asociación regional de cuenteros: “cuidado” y “precaución” entre ellas,
pues sabemos que este nuevo paradigma nos ha pillado por sorpresa y que tenemos
que abordarlo con toda la cautela necesaria. Arriesgándonos como estamos
haciendo, pero con un mínimo de rigor para convivir con él y abordarlo con
profesionalidad y diligencia.
Séptima pregunta:
POSIBILIDADES DE FUTURO
¿Qué
posibilidades de presente y futuro tiene esta era digital? Todavía no lo sé.
Probablemente muchas más de las que ahora creo. Seguiré indagando, escuchando,
leyendo, errando… para encontrar respuestas, pero creo que a lo largo de estas
líneas he intentado despejar varias cuestiones subyacentes que hacen que la
experiencia del cuento contado online varíe: no es lo mismo un cuento contado
ante público presente que público virtual, eso está claro, pero si algo me ha
quedado claro del nuevo escenario digital es otra diferencia: no es lo mismo público virtual en vivo y en
directo, en sus casas frente a la pantalla el día y la hora estipuladas, que un
vídeo que muere.
Me gusta la
definición de Margarita del Mazo sobre el vídeo de un cuento oral, que, según
ella- “está preso. Encorsetado en esa imagen. No vive y no va a cambiar”. El
resultado de este fenómeno es algo que debería preocupar mucho al colectivo:
pues el fin último de la oralidad es el viaje del cuento, mucho más allá de la
persona, el cuentista y el narrador (concepto sacado
del desdoble de Enrique Enderson ímbert, en el “esquema de la comunicaciónliteraria” ) .
Y para que el
cuento viaje no hacen falta aviones, sino muchos oídos presentes y ávidos y
muchas personas atentas y diferentes con sus imaginarios personales, viviendo
el cuento a su manera. Creo que esta pandemia, como cualquier crisis que haya
vivido antes la humanidad, traerá múltiples oportunidades para los que saben
encontrarlas. Así que quizá es el momento de investigarlas para, en última
instancia, seguir siendo fieles a nuestro oficio: contar.
Según la
Asociación de profesionales de la narración oral en España, AEDA, la narración
oral es la disciplina “que se ocupa del acto de contar de viva voz usando (…)
la palabra, en un contacto directo y recíproco con el auditorio”. También
determina que “la narración oral hunde sus raíces en la tradición de contar
historias y en la actualidad convive con ella aunque en un contexto escénico”.
Me planteo, con toda humildad, que quizá AEDA, Tagoral y todo el colectivo
cuentero mundial deba plantearse añadir una palabreja a esta definición
acertada: -(…) en un contexto escénico- y digital.
¡Larga vida a
los cuentos!, a los cuentos vivos, a los cuentos que viajan con el oyente que
veo, en mis sesiones habituales, presenciales. Siendo consciente
de que me mira y escucha, y a los cuentos que viajan con el oyente que no veo…
pero también me mira, escucha y entiende. Y además, tiene en su poder un objeto
mágico que él mismo desconoce: su escritura. Me interpela directamente, en
sincronía, frente a la pantalla con sus comentarios, “Me gusta” y
corazoncitos.
Así que
acabaré esta crónica dando aliento a mi familia, a mi comunidad cuentera con
una cita literal de Dani Muñóz (de Borrón y Cuento
Nuevo)-no podía ser más acertado-(aportación de audio a “Los cuentos se quedan
en casa” [minuto 01: 50: 30]): “¡El mundo audiovisual es una pasada!
Tiene millones y millones de recursos y millones y millones de posibilidades
(…) Es el lenguaje del siglo XXI. Acerquémonos
a él con pausa, con prudencia, pero también con Fuerza”.
Fuerza, comunidad cuentera. Nos
espera un largo camino. Y no estamos solos. Estamos unidos en esto. Unidos por
nuestro amor al cuento y porque vivimos del cuento.
Cuentera de Lanzarote